El disfrute estaba garantizado en el Palacio de Congresos de Cáceres con un repertorio cálido y movido al que se unió el jazz latino de Michel Camilo. Efectivamente, fue descomunal el embriague de melodías y ritmos que conformaban la interminable paleta de colores de las obras interpretadas por la Orquesta de Extremadura y Camilo con dirección de Andrés Salado.
La obertura de la ópera Candide de Bernstein marcó el comienzo de esta pasional noche. Nos adentramos enérgicamente con las correctas dinámicas dirigidas por Salado. Los marcados contrastes tímbricos conseguían invitarnos a perseguir sonoramente las respuestas cómicas de las melodías entre vientos y cuerdas. Por ello, el caluroso aplauso del público fue casi una prolongación de la diversión manifestada. Con el Concierto para piano núm. 1 del propio pianista, se exploraría su particular tempo. Aunque las dinámicas demasiado fortissimo en el conjunto orquestal restaban riqueza sonora a los acordes pianísticos. Al igual que demostró soltura para marcar los ritmos en los allegrettos orquestales, en las partes lentas solistas Michel Camilo subrayó magistralmente algunos pasajes improvisando el tempo, en los que se percibían la brisa y múltiples colores de su tierra natal. El éxtasis era tal que incluso el público necesitaba manifestarlo rompiendo el estricto protocolo y aplaudía sin finalizar la pieza. Tras gestos de calma, director y pianista retomaron la obra. Pero la conexión con el respetado se acrecentó cuando Camilo acompañó el retardo de una nota con una sutil sonrisa. Este imprevisto y precioso desvío musical culminó en el primer clímax.
La segunda parte del concierto comenzó con las Danzas sinfónicas de West Side Story, de Bernstein. En algunas secciones quedó un poco confusa, al quebrar demasiado las líneas melódicas conjuntas orquestales, aunque en aquellos fragmentos más rítmicos, como rumble, funcionaban exquisitamente los pronunciados acentos en el conjunto. En partes como Somewhere o Finale con un tempo adecuadamente lento se apreciaba la calma característica. Seguíamos recorriendo las calles neoyorquinas con el magnífico control de respuestas y preguntas entre vientos, maderas y percusión en cool fugue, propiciando más expectación. Este afán desembocaría con la efusiva participación en mambo al invitar Salado al público a repetir energéticamente dicha palabra. Rhapsody in Blue de Gershwin fue la última pieza del programa. Los característicos aires jazzísticos son sacados por Camilo con firmeza y contundencia en las octavas y acordes. El manejo de los metales, las amplias dinámicas y el estiloso control del tempo en las partes solistas rezumaban tal elegancia que nos adentramos en los años veinte. La perfecta comunión entre Camilo y orquesta se convirtió en un apogeo del que nadie se quería bajar, tal y como reflejaban las aclamaciones del público.
Ante la enorme ovación, Camilo agradeció ahora con una pequeña pieza improvisada. Este punto fue la coronación definitiva del más puro Camilo, por ello el sabio público seguía pidiendo y consiguió la interpretación dos piezas más con influencias populares. La pasmosa facilidad para tocar innumerables notas extendía sonoramente el piano como un creciente fuego. El álgido punto en el que se encontraba todo el auditorio conllevó a que el público se desinhibiera con palmas y algún “¡agua!” salidas del alma, además de algún llanto en espectadores y director: ya nadie escondía su apreciación ante este momento único. Definitivamente, el frenesí continuo fue mayúsculo con el contagioso mapa sonoro orquestal y pianístico y nos invadió tan profundamente que, más allá de la extraordinaria habilidad técnica, quedamos extasiados ante un huracán llamado Michel Camilo.